sábado, 10 de abril de 2010

EL HOMBRE TRAS LA BOTARGA

¿Quién no reconoce a la graciosa botarga del doctorcito fuera de las farmacias?, es una cadena inmensa de sucursales en el país, es un hombre de edad avanzada, con una enorme barriga, bigotón, de ojos enormes. Viste con una bata y zapatos blancos. Saluda cordialmente a todas las personas que pasan cerca de él, en especial a los niños.

Así es como el sitio web oficial del Dr. Simi define a la botarga, obviamente todos sabemos que hay alguien tras esa botarga, Víctor González Torres, un empresario que maneja cuatrocientos millones de dólares al año, tiene alianzas en Cuba, en Guatemala y actualmente se está dirigiendo hacia Centroamérica. Lo que hace rico a este señor es la falta de protección por parte del Seguro Social.

Las botargas del Dr. Simi son un invento del mismo Víctor González Torres, quién se inspiró en el comediante Joaquín Pardavé. Con cada franquicia viene incluida una botarga, que se cobra por nómina en Farmacias Similares. “Se les da capacitación y cursos de baile”, afirma Vicente Monroy, encargado de la comunicación de la empresa. La tarea no es tan irrelevante: usar ese enorme traje por 45 minutos puede hacer bajar tres kilos al día. Cerca de 3000 botargas que hay en el país, las que están van a Sonora, debido al clima, incluyen un ventilador en la cabeza para evitar daños físicos.

Pese a que surgió con el objetivo de establecerse como un acceso de los medicamentos a la gente de escasos recursos, y de tener una gran demanda actualmente debido a los bajos costos que maneja, esta empresa, cuyo eslogan nos dice: “Lo mismo pero más barato”, implanta una gran polémica debido a la dudosa calidad de los productos que vende. Varios días de la semana, en la puerta de los locales, como si fuera una especie trampa televisiva, encontramos algo así como un speaker, que anima a todos los que pasan cerca a que ingrese al establecimiento y vea el gran surtido en productos que hay en la tienda: “pase señor, tenemos vitaminas, pastillas para el dolor de cabeza y hasta adelgazantes, ¡pase sin compromiso!”. Todo esto mientras un empleado disfrazado de Joaquín Pardave, perdón, de Doctor Simi, baila al ritmo del reggaeton, música banda, salsa, etc. Es todo un circo que cautiva sorprendentemente al consumidor que en vez de alejarse por lo irracionalidad de la situación se siente intrigado por el show de los medicamentos.

¿Son entonces realmente buenas las intenciones de Víctor o se trata de un oscuro imperio farmacéutico?

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